Probablemente la Aloha Airways fuera un floreciente negocio. Probablemente, transportar alegres y confiados turistas entre los paraÃsos, ahora ya artificiales, de las islas del PacÃfico, fuera una empresa rentable. Y lo cierto es que entre los planes de la compañÃa no estaba la inmediata renovación del material. Y entre sus filas militaba el segundo avión Boeing 737, más antiguo del mundo. Y no se podÃa decir que se hubieran gastado demasiado dinero en mantenerlo en condiciones adecuadas para volar con seguridad. De repente el avión cruzó un área de cúmulos violentos y la energÃa térmica de las nubes lo forzó a subir. El piloto automático lo obligó a mantener la altura y la estructura, la envejecida estructura del avión, aguantó el esfuerzo.
Pero fue el final. En el siguiente meneo el avión perdió su techo. En una nueva turbulencia, media docena de metros de fuselaje, en la zona del techo, se desprendieron y volaron arrancados por el viento a novecientos kilómetros por hora. Y lo que ocurrió a continuación en el interior del avión ninguno de los ocupantes lo olvidará mientras viva.
Enfiló el avión desde lejos hacia la pista, que en la lejanÃa parecÃa inverosÃmil corta y estrecha. A su orden, la copiloto bajo el tren de aterrizaje, y las tres patas descendieron estrepitosamente, Pero ahora el avión empezó a negarse a volar y comenzaba una peligrosa oscilación a un lado y otro que el comandante trataba de anular aferrado a los mandos.
Extendieron los flaps, y cuando la vibración aumentó hasta lÃmites peligrosos, buscaron una configuración que la aminorara lo más posible. E intentando disminuir el impacto del avión sobre el asfalto, realizaron un impecable y suave aterrizaje en una pista que ahora se apareció maravillosamente ancha y larga. Lo demás fue una pelÃcula rápida cuyas escenas apenas pueden ser retenidas. El llanto de los pasajeros aterrorizados, algunos de ellos heridos por la lluvia de objetos volantes que siguió al huracán desatado al despresurizarse la cabina, y la felicidad de comprobar que estaban vivos. La incredulidad de todos al comprobar  que el avión se habÃa convertido en un dramático descapotable, y las felicitaciones a una tripulación a cuyo, valor, serenidad y pericia debÃan la vida. Y el dolor lacerante por la muerte de un miembro de la tripulación que, hasta el final, cumplió con su trabajo, fue fiel a su deber.
La desdichada jefa de cabina era gran aficionada a leer revistas del corazón, pues se consideraba una empedernida romántica. â¿Sabéis lo que más me hubiera gustado en esta vida?â, les decÃa, bromeando, a sus compañeros más jóvenes âser una mujer famosa, salir en estas revistas, y que me conocieran en todo el mundo. Tiene que ser fantásticoâ.
Al final lo consiguió. Pero no fue fantástico.
Bonito relato, felicidades